Uno de los sábados un mirada errante no pudo conectarse, en realidad dos, mejor dicho tres. Uno no sabemos por qué, el otro porque labura de noche y el otro porque no pudo, porque pasó un día de mierda, según dijo después en el grupo wasap. Uno de sus textos, unas semanas atrás, había sido bastante oscuro, y generó silencio, una cierta preocupación. Acostumbramos aplaudir cada fin de lectura, aunque en este caso el aplauso pareció algo automático, desfasado, aunque compañero. Algo había pasado, y algunas preguntas aparecieron(me). En qué punto la escritura de una situación límite separa al escriba del texto, a la literatura de la vida, en qué momento intervenir más allá de recomendaciones o comentarios literarios. Aunque fue una constante del taller que el contexto de cada quien, y cada quien como un texto que se iba escribiendo, en estas inéditas condiciones, se entreveraran, en la repetición de cierto tópico, de cierta expresión de la dificultad de cómo la estábamos llevando, se había expresado quizás un límite. Una alerta. Y decidimos cambiar la consigna de escritura. Salir un poco del encierro y empezar a narrar el afuera, por caso, los vecinos. Los textos que de allí surgieron ya tenían otro tono, otro talante. Expresaban cuerpos en movimiento. Incluso se animaban al humor, en descripciones más o menos grotescas.
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Comenzamos también a invitar gente querida al taller. Docentes de la UNPAZ que se entusiasmaron (y nos entusiasmaron a todxs) con un intercambio remoto, incluso de las formas universitarias del vínculo. Nos visitaron Andrés Racket y María Iribarren. Andrés nos habló de sueños, de la escritura de/como sueños y del sueño como escritura, donde el absurdo y la puesta en suspensión del sentido es un sustrato imaginal clave. María, por su parte, se remitió críticamente a la idea de "normalidad", sea vieja o "nueva", para imaginar/desear nuevas formas de existencia colectiva, para las que la escritura, el pensamiento, la fabulación, resultan fundamento.
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De tal modo, del adentro ensimismado, que de entrada resultó una posibilidad pero mostró sus límites, a la necesidad de empezar a imaginar, a tomar señales, huellas de una afuera, desplegarlas, expandirlas. Incluso, sobre todos, junto a otrxs. En lo que resultó un re encenderse de la máquina narrativa. Y si lo primero resulto un repliegue, en muchos casos necesario (encerrase en el texto, en la pieza, como modo de encontrar un espacio íntimo en situaciones que no eran posibles, junto a otrxs, queridxs pero de quien se requiera algun tipo de distancia, construir mediaciones al continuum que genera el encierro), lo segundo fue un despliegue, también necesario, para imaginar no solo las tramas vinculares detenidas por el aislamiento, sino como horizonte mismo de imaginación.
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