El primer encuentro fue tímido al tiempo que alivianador. Habíamos recuperado el vínculo unos días antes via wasap. No estaba seguro de hacerlo. La carga experiencial había sido tanta que pasar a una tecnología como la asociada al celular parecía una herejía, un volver igualable algo que había sido aurático, irrepetible. Pero nos ganó la necesidad. Y porque la necesidad debe ganar, y porque es el cuerpo, el espíritu los que se expresan a través de y por ella. Y porque nuestro taller tuvo a la experiencia, en tanto vitalidad esencial, fundamento como su eje rector, su núcleo. Cómo no nos íbamos a dejar vencer por lo que nos restituía alguito de aquello, en este nuevo estado, con casi todos los alguitos, perdidos, puestos en cuarentena.
Y al wasap (donde empezamos a compartir textos de otros, propios), le siguió otra necesidad, la de recuperar, reinstalar, reinventar un ritual. El del día y horario de nuestro taller. El del ritual mismo. Y como los rituales tienen historia, hurgamos en la nuestra. Y el zoom nos encontró. Esa otra tecnología estrella en este aislamiento. Wasap y zoom. Y ya nos habíamos relajado. Estar allí “cara a cara”, luego de un mes sin vernos. En el encuadre (de sí) que cada quien elegía. Recuperar (como sea) lo que había sido un espacio vital para todxs, fue un alivio, de a poco se transformó en una fiesta, en una nueva, una otra/misma necesidad.
“Hola, hola. Me escuchan? Hola. Ahí te escucho. Sí ahí te escucho, Como estás?” Nos sonreímos. Como va. Pasándola. Con la barba crecida. Ahí entra Flor. Hola Flor. No se escucha. Te anda el sonido? Tiene que tener el micrófono conectado a la computadora para que se escuche el audio, dice uno. La vemos, nos escucha, pero nosotros no a ella. Ya tuviste clase por zoom? Si, con sala de espera y comunicaciones en privado. De a poco van entrando todos. Nos observamos por primera vez en una pantalla partida. Algunos desayunan, otros entran por celular, algunos están recién bañados, peinados, otrxs no. Esperamos, nos miramos, miramos una camarita, o a una pantalla, en un tiempo extraño que transcurre en silencio. Espera sobre espera. Nos miramos a nosotros mismos, a los otros, juntos, en esa reunión de cuadraditos, de encuadres, imposible. Pero posible: siendo de lo mas afectivo y afectante que hasta ese entonces, una semana de cuarentena, nos parece haber pasado.
Sebastián Russo
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